miércoles, diciembre 07, 2005

condominio

Cuando camino descalzo de noche por el edificio se me empolvan los pies con cemento, con polvo.

Desde que Ana se enterró el clavo es lo único que dejé para recordar los viejos tiempos. El polvo del suelo. El talco gris. Ana siempre trae zapatos de todas formas. Yo todavía confío en ella, aunque siempre se porta rara, después de chupármela siempre me empieza a pedir que salga, que busque algo que no sea ilegal. Yo me quedo callado. Las leyes las hacen los listos y sólo los pendejos las cumplen. Esta noche la Luna me inquieta, dibujo su forma "colmillos, cuernos, sonrisa, pasaje" su luz me pinta de azul.

Suficiente. Moja el paño, huele, y flota.


Ahí voy. Volando entre los sueños húmedos de todas las niñas nalgonas, güeras, morenas.

Soy un pájaro caliente, una víbora que se mete entre los labios, monstruo de tentáculos que escurren.

Al día siguiente me despierta el sol. No sé a que hora me dormí, pero el ardor en la piel indica que llevo varias horas acostado. La ciudad se ve blanca, hermosa. Ana no contesta a los gritos. Tampoco está en su cama. Recorro todo el edificio y encuentro todos los pisos vacíos con gotas de sangre y huellas.

Claro, violé a Ana.

Ella, borrosa, no dijo nada, sólo lloró y cuando terminé se salió corriendo. Dudé un poco y luego decidí salir detrás de ella. La arrastré por aquí, aquí la golpeé. Aquí me arrepentí. Cuando dejó de gritar, la culpé por no perdonarme, y la culpa, ella fue, ella la estrelló por todos lados. Tengo comezón en las orejas, el polvo flota, las flóculas se pegan a mis dedos. Se me antoja beber algo con hielo pero ya no hay espacio...

Ultima parada. El sótano.

1 comentario:

peligro dijo...

impulsos multiplicados sin freno alguno,